El género como determinante social de la salud

El proceso salud-enfermedad-atención de una persona está influido y determinado por sus
características personales, por las circunstancias vitales que enfrenta y por el ambiente en el
que vive. Por lo tanto dicho proceso está determinado por una compleja red multicausal de
factores biológicos y sociales. Elementos culturales, económicos, ideológicos son parte de esta
red de determinantes de la salud la biología y la sociedad se refleja en la salud de las personas
(Benia, 2009). 
El proceso salud-enfermedad es una construcción social y no meramente individual, de allí
surge la perspectiva de las “condiciones de vida” que entiende que cada grupo poblacional en
particular  determina su situación de salud en función de sus condiciones de vida, y los
procesos que las reproducen o transforman. 
Además de la biología, la residencia, el trabajo, los hábitos, las normas, los valores, el nivel
educativo y conciencia; la participación en la producción y distribución de bienes y servicios
son determinantes y condicionantes de la salud de las personas que expresan procesos más
generales del modo de vida de la sociedad. 
Los procesos biológicos están subordinados a los procesos sociales, surgiendo así el concepto
de determinante social de la salud.
Cuando hablamos de género, estamos haciendo referencia a los hombres, mujeres y
disidencias de género y a su relación, incluyendo la asimetría de poder entre estos. Es
importante tener en cuenta que el género es una construcción socio-cultural e histórica
vinculada a lo que cada sociedad, en cada momento histórico adjudica como vinculado a lo
femenino y a lo masculino (Scott, 1996). Es así entonces que al sexo adjudicado, al nacer o
prenatal, se le genera una serie de construcciones de lo que debe ser esa persona según la
categoría que le fue asignada: macho o hembra, niño o niña. Los roles de género, actividades
que corresponden según el sexo adjudicado, han generado la división sexual del trabajo. Esta
es una distribución desigual de las tareas y actividades. Así las mujeres deben dedicarse a la
vida intradomiciliaria, a las tareas del hogar, al cuidado de los niños, personas enfermas, adultos
mayores, trabajo no remunerado; y los hombres a la vida pública, la política, el trabajo
remunerado, las actividades deportivas, proveer a la familia. 
Si bien las mujeres se han incorporado al trabajo remunerado los hombres no lo hicieron de
igual manera a las actividades no remuneradas. A esto agregamos que en el trabajo
remunerado las mujeres han quedado en roles de menor jerarquía, menores salarios, peores
condiciones laborales y se han dedicado a tareas asociadas a sus roles de género como el
cuidado de otros. En la vida cotidiana, tanto a nivel individual (autocuidado) como comunitario
(prácticas, conductas), el género muestra particularidades especificas que se reflejan en
riesgos y vulnerabilidades, y que afectan la salud de forma diferencial para hombres y mujeres.
(Arenas-Monreal, 2015). Es así cómo se incorpora al género como determinante social de la
salud. Este es un aspecto fundamental para comprender cómo las personas viven su salud y
como se enferman. 
Según el género las personas presentan necesidades distintas en relación a su salud y esto
requiere una atención diferencial. Es por esto que las políticas de salud, al ser generalmente
neutras al género,  no brindan la atención pertinente ya que no visualizan las desigualdades de
género y su impacto sobre la salud de hombres y mujeres, y adicionalmente pueden reforzar y
exacerbar los desequilibrios existentes en esta materia. 
Las necesidades diferentes se deben a las vulnerabilidades y requerimientos biológicos
vinculados al sexo, a la exposición a riesgos asociados con ciertos tipos de
conductas/actividades esperadas y realizadas, al acceso desigual a los recursos considerados
como determinantes socio económicos de la salud, incluyendo la atención apropiada a las
necesidades específicas de salud, a las relaciones desiguales de poder frente a la toma de
decisiones sobre la propia salud e integridad y al manejo desigual de las consecuencias
sociales de la enfermedad.  La morbilidad y mortalidad tienen diferencias por sexo que se
vinculan con los roles de género, la división sexual de trabajo y la posición e identidad social
de género. (Gómez, 2002).
Las oportunidades para tener salud son desiguales y están injustamente distribuidas; dependen
de la manera como se estructura y funciona la sociedad, en relación al acceso al poder,
recursos (materiales y simbólicos) y sistema de privilegios; y están relacionadas con jerarquías
sociales según clase social, generación, etnia, género, entre otras. Estas dimensiones deben
ser consideradas de manera interseccional para generar un análisis más robusto de sus efectos
en términos de desigualdad social. El género es considerado uno de los determinantes sociales
de la salud. 

Desde la atención a la salud debemos incorporar la valoración de las vulnerabilidades y los
requerimientos biológicos ligados al sexo, la exposición a riesgos asociados con ciertos tipos
de conductas/actividades esperadas y realizadas predominantemente según el género dentro
de contextos socio culturales específicos, y en los ámbitos laboral, doméstico, comunitario,
recreativo, y de relaciones personales, el acceso desigual a los recursos considerados como
determinantes socio económicos de la salud, incluyendo la atención apropiada a las
necesidades específicas de salud, las relaciones desiguales de poder frente a la toma de
decisiones sobre la propia salud e integridad, incluyendo, pero no limitándose a, la esfera
sexual y reproductiva, el manejo desigual de las consecuencias sociales de la enfermedad, i
dentificar las barreras determinadas por el género para el acceso a la salud y las
responsabilidades para eliminarlas (Gómez, 2011).

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